LA
CONSAGRACIÓN DE
VIUDAS: UN RETO PARA EL SIGLO XXI.
En este tercer
milenio del cristianismo, los cistianos, debemos de tener en cuenta
la realidad dinámica de la iglesia. Ante las necesidades puntuales e históricas de la
comunidad surgen las soluciones. Las soluciones descubiertas son una respuesta
creativa de la comunidad a las necesidades de la comunidad misma,
poniéndose al servicio de ella.A estas soluciones personales, se les llama carismas y conretados en la práctica de la vida de la Iglesia, se les llama ministerios.
Al pensar en la
actualidad de nuestra iglesia, basta ver la cantidad de ministerios que
también han surgido en la pluralidad de las regiones y culturas.
Así, el ministerio, no parece que tenga que "copiarse" de
modelos anteriores o de otras regiones, sino inspirarse en su potencia
creativa, para generar formas concretas de servicios a las comunidades.
En este contexto
planteamos la realidad posible de la consagración de viudas y del orden
de viudas, dado el papel importante que las mujeres –en sus distintas
situaciones personales- tuvieron en los orígenes de la Iglesia.
Breve síntesis
histórica.
En la vida de la Iglesia primitiva y
original, los ministerios (epíscopos,
presbíteros, diáconos [hombres y mujeres] y viudas) demuestran
una comunidad activa, dinámica y necesitada de agentes que la atiendan.
Se denota, también, una comunidad que busca brindar un clima
doméstico, familiar, a sus miembros. Nadie queda afuera de la
responsabilidad, sus ministros, deben ser capacitados convenientemente y deben mostrar
una conducta acorde a la función. No se trata de "improvisar"
dirigentes, porque la responsabilidad del pastor (en este caso, de Timoteo) es
muy grande.
En ambos casos
(en el comentario a Mc 10 y en el de 1 Tim 3,1), estamos en presencia de una reflexión
sobre los ministerios. Esta reflexión no nos dice qué deben hacer
estos ministros, sino cómo deben hacerlo.
Desde la
experiencia primitiva de Marcos, hasta la elaboración más
avanzada de 1 Tim, se puede ver una
preocupación por el ejercicio de la autoridad, y el modo de practicarla.
Por otro lado,
en la misma evolución puede verse los cambios que ha asimilado la
comunidad cristiana en poco tiempo.
La
evolución del cristianismo en lso primeros
siglos, llevó a que la autoridad suprema del obispo de Roma, que
defendía ya San Cipriano, había empezado por ser efectiva en
Italia desde que San Pedro fundó esta comunidad cristiana. El traslado
de la sede imperial a Constantinopla y poco después del edicto de la
concesión de la libertad de cultos, hizo que el obispo de Roma afianzara
cada día más su autoridad primera. Los obispos de las sedes
orientales más importantes, en cambio, tuvieron del emperador mayor
apoyo, pero también sujeción, o por lo menos, intervención
más estricta. La
Iglesia Oriental siempre estuvo más sujeta al poder
del emperador que la
Occidental. En Oriente, había empezado ya la
evangelización de las comarcas agrícolas, desde las zonas de
influencia urbana. El cristianismo había dejado de ser una
religión limitada a los núcleos urbanos del Mediterráneo
para extenderse por las zonas campesinas, mucho más
"tradicionales" y menos preparadas para recibirlo. Para la evangelización
del campo, en Oriente se creó un elemento jerárquico nuevo,
intermedio entre el obispo y el clero: jorepiscopado.
Los jorepiscopoi eran misioneros consagrados por el
obispo urbano con el fin de evangelizar la campiña y aunque,
según parece, no tenían auténtico carácter
episcopal, se les concedía facultades episcopales para poder realizar su
misión con mayor efectividad. Muy pronto surgieron conflictos
jurisdiccionales entre los obispos de aldea y los de la ciudad, y aquellos
creados como superintendentes al servicio de éstos, intentaron
independizarse de la tutela urbana, acabando por ser suprimidos hacia el siglo
IX. Las relaciones de la
Iglesia con la autoridad secular, fueron en aumento desde el
313. La influencia del cristianismo, se dejaba sentir en todas las capas
sociales y pesaba en el imperio como fuerza coherente. Es más, se
intensificó de tal modo en pocos años que cuando el emperador
Juliano ( + 363) quiso, en su año y medio de
reinado, dar nuevo vigor al paganismo y perseguir a los cristianos, se
encontró prácticamente solo en su intento y fracasó. La
religión estatal vio mermados sus cimientos con la política de
tolerancia hasta tal punto que en el año 380, se la suplantó por
el cristianismo. Los sacrificios paganos fueron prohibidos y en el año
391 todos los templos paganos quedaban cerrados al culto. Las fuerzas latentes
del paganismo hicieron un esfuerzo supremo para sobrevivir, pero sucumbieron
definitivamente en el 392 por obra del emperador Teodosio,
primer emperador cristiano. Incluso el culto privado a los dioses lares fue prohibido y castigado. San Ambrosio, consejero
del emperador, tuvo el tacto suficiente para que los paganos fueran respetados
en sus personas y en sus cargos, pero muchos templos en cambio, fueron
derruidos y las estatuas de dioses y diosas, destruidas con pasión. Se
pudo decir que los dioses pagaron por los hombres. El imperio romano desde
entonces, se convirtió en un imperio cristiano y siguió
siéndolo hasta mediados del siglo XV en que su heredero, el imperio bizantino
o romano oriental, sucumbió ante las fuerzas de los turcos otomanos. El
emperador, desde los últimos años del siglo IV, había
dejado de ser considerado un ser divino, pero recibía el título
de isapóstolos, "igual a los
apóstoles, y se convertía en protector de la nueva
religión estatal. Los obispos pasaron a ocupar cargos estatales y cuando
las invasiones, se erigieron en defensores de sus ciudades. Los días
festivos de la Iglesia
fueron fiestas oficiales.
El cristianismo
resultó atractivo para todas las clases. La promesa de la vida eterna se
ofrecía a todos: ricos, pobres, aristócratas, esclavos, hombres y
mujeres. Como Pablo enunció en su Epístola a los colosenses:
“Deben revestirse del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un
conocimiento perfecto a imagen de su Creador, donde no existen el griego o el
judío> el circunciso o el incircunciso, el bárbaro, el escita, el esclavo o el hombre libre, sino que Cristo es
todo y está en todo”.23 Aunque no hizo un llamado a la
revolución o a la revuelta social, el cristianismo puso énfasis
en un sentido de igualdad espiritual para todos los pueblos.
La
dedicación consagrada de mujeres.
Muchas mujeres
se dieron cuenta de que el cristianismo ofrecía nuevas actividades y
otras formas de compañía con otras mujeres. Las mujeres
cristianas practicaban la nueva religión en su propia casa y predicaban
sus convicciones ante otras personas en sus aldeas.
En los cinco
primeros siglos del cristianismo la actitud activa de las mujeres en las
comunidades cristianas, contribuyeron a un desarrollo sistemático de la
atención, concretamente a los enfermos.
Destacan tres
grupos de mujeres en esta tarea eclesial:
1. Diaconisas,
en escritos del año 60 d. De C, S: Pablo habla sobre Febe, que se dedica
al cuidado y atención de enfermos. Se la reconoce como una persona
importante, de peso en su comunidad. Preparaban a la gente para ser bautizados,
cuidaban a los enfermos, iban a sus casas y los atendían. No
hacían ningún tipo de cuidado técnico sino que todo era
espiritual (darles de comer, limpiarlos...)
2.
Vírgenes y viudas, están muy relacionadas con las diaconisas.
Eran de categoría inferior a las diaconisas, visitaban a enfermos y a
gente necesitada de la comunidad. Se dedican al cuidado de forma organizada,
aunque no se sabe qué cuidados aplicaban. Las vírgenes prestaban
una atención en el templo y cuidaban enfermos, gozando así mismo
de cierto de reconocimiento social.
3. Matronas
romanas, aunque el cristianismo se extiende entre la sociedad pobre,
también alcanza a mujeres nobles, que se convierten y transforman sus
casas en hospitales, dedicándose ellas mismas al cuidado. Alcanzan un
gran auge durante la decadencia del imperio, siglos V y VI.
Fabiola, Marcela
y Paula son tres figuras importantes:
- Marcela la que
más, considerada como líder de este movimiento. Transforma su
casa en hospital y monasterio.
- Fabiola se
convierte al cristianismo e invierte su fortuna en el cuidado de enfermos
(aconsejada por una secta). Colabora en la creación de un hospicio para
peregrinos y extranjeros. Crea un hospital en su propio palacio. Cuando
aparecen en Roma epidemias, ella se dedica a la atención de los
afectados.
Toda esta riqueza,
es la que queremos hacer realidad en este tercer milenio del cristianismo dada
la realidad dinámica de la iglesia. Ante la necesidad de nuevas formas
de evangelización, se necesitan nuevas formas de ministerios.
Toda esta riqueza, es la que queremos hacer realidad en este tercer
milenio del cristianismo dada la realidad dinámica de la iglesia. Ante
la necesidad de nuevas formas de evangelización, se necesitan nuevas
formas de servicio a la
Iglesia.
La
Iglesia de hoy por su parte, intenta renovar su preocupación y su servicio al mundo
de las viudas.
La preocupación por las viudas es una constante en el Nuevo
Testamento. Los textos que hablan de ello os son muy familiares.
¿Quién no se acuerda del gesto de compasión y de ternura
del Señor para con la viuda de Naím, a
la que devolvió vivo a su hijo que acababa de morir? (cf. Lc 7, 11-15), ¿o la mirada llena de
admiración de Cristo a la generosidad de la pobre viuda (cf. Lc 21, 1-4)? Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan
que el haber abandonado a las viudas provocó en la Iglesia primitiva
tensiones y fue la ocasión de dar a los diáconos la
responsabilidad (cf. Act 6, 1). Esta atención
a las viudas en las diferentes comunidades cristianas ha sido percibida siempre
como un ejercicio particular de la caridad evangélica, dado que estas
mujeres vivían una realidad humana y espiritual profundamente marcada
por el misterio de la cruz.
Las
circunstancias en las que hoy viven las viudas son distintas, pero conllevan
siempre dos realidades fundamentales: el amor que condujo a estas mujeres al
matrimonio, con toda la alegría y esperanza que ello comporta, y la muerte,
que se llevó de su lado al compañero de su existencia, al que les
unen lazos de amor y de fidelidad, que encuentran una prolongación en el
cariño por los hijos. Cuando la muerte del marido acontece
después de prolongados años de vida familiar, la viudez -no
obstante el sufrimiento que comporta- está llena de ricas experiencias y
de recuerdos que, junto a la fe, pueden ayudar a la vida de la mujer viuda.
Pero hay casos en los que la muerte del marido sobreviene de manera imprevista
o violenta cuando el joven hogar está todavía en plena
formación, y la joven mujer, que había puesto toda su esperanza
en el amor compartido, siente un desarraigo profundo. Intentar comprender los
dramas interiores, el dolor, la soledad, el desánimo que
acompañan la vida afectiva y espiritual de estas viudas, es hacerse
capaces de abrirles, con sabiduría y respeto, los caminos que les ofrece
la Iglesia, y
preservarlas así de los peligros que, a veces, las amenazan.
Es necesario
comprender también las circunstancias exteriores y difíciles que
muchas de ellas tienen que afrontar, especialmente si son madres de familia. De
repente, se encuentran solas, obligadas a trabajar y a educar a sus hijos,
sobrecargadas psíquica y físicamente. Son situaciones que deben
conducir a los Pastores y a los fieles a mirar con simpatía a estas
mujeres valientes y a estarles cercanos.
Es necesario ver
también lo que las viudas pueden aportar no sólo a sus propias
familias, sino también a las comunidades cristianas y a la sociedad
humana. La madurez provocada por la prueba, las responsabilidades
múltiples, la experiencia, constituyen una valiosa riqueza de la que
muchos pueden beneficiarse.
El apoyo
fundamental que una viuda necesita es el de una comunidad que le ayude a asumir
y valorar su nueva condición de vida, que le apoye en los momentos
difíciles, que ilumine su camino, para afrontar con serenidad el
designio de Dios sobre ella: ya sea un nuevo matrimonio, ya la libre
aceptación de su estado de viudez, para vivirla con plenitud, o la consagración
de su vida a Dios en este estado de vida particular. La pertenencia a una
comunidad fundada en la fe favorece el crecimiento espiritual y la
búsqueda humilde y sincera de la voluntad de Dios. Ella puede impedir
también a la viuda recurrir a un nuevo matrimonio precipitado o infeliz.
Desde nuestras Asociaciones
queremos , mediante los encuentros, los retiros, el
boletín, ofrecer una ayuda.
La
Exhortación Apostólica Familiaris consortio
(núms. 22-24) habla de manera especial del lugar de las mujeres en la
comunidad familiar. La experiencia que viven a este respecto las mujeres viudas
debe enriquecer la de las otras mujeres. De este modo, la plenitud de la
personalidad femenina se podrá manifestar en el mundo y en la Iglesia.
La
verdadera viuda, dice el Apóstol Pablo, pone su esperanza en el
Señor" (cf. 1 Tim 5, 5). Con la mirada en
el más allá, dirigida hacia la casa del Padre en la que su esposo
ya ha entrado, las mujeres viudas pueden ser portadoras de esta esperanza en un
mundo que con frecuencia la ha perdido o la ha colocado en los ídolos
efímeros, incapaces de saciar la sed de amor y de comunión que
anidan en el corazón humano.
"Esperanza
y vida", deben ser las palabras que definan la consagración de
viudas, tanto si es en privado, como de forma pública y esto es ya un
fuerte testimonio para muchos.
La viuda,
continúa el Apóstol "persevera noche y día en la
plegaria y en la oración" (cf. 1 Tim 5,
5). Es una magnífica llamada a cultivar con profundidad vuestra vida
interior hasta lograr un contacto vital e íntimo con Cristo, el Esposo
de la Iglesia
y de las almas, que habita en vosotras y en el que encontraréis todos
los que le están unidos mediante la comunión de los santos. El os
transmite su propia vida, y con ella la fuerza y la alegría. La Virgen, viuda tambien se presenta como modelo y educadora de la verdadera
oración; Ella que "conservaba todas estas palabras,
meditándola en su corazón" (Lc 2,
51) y ello lo hizo con san José y ya sin él.
Hay en las viudas
una notable capacidad de oración. Quizás, por las circunstancias
mismas de la vida, la persona viuda tiene largos momentos de soledad; y algunas
pueden sentirse tentadas a llenar este vacío pesado con actividades
semejantes a las que no recuerda San Pablo en la Carta a Timoteo (cf. 1 Tim 5, 13). Pero, esta soledad exterior, con frecuencia
resuelta por el absorbente trabajo y por los múltiples servicios, puede
también transformarse en oración más frecuente, alimentada
por la lectura de la
Sagrada Escritura y expresada en la participación
eucarística y en otras celebraciones de fe, lo mismo que la
oración de las Horas (cf. Familiaris consortio, núms. 60-61).
La persona viuda
esta llamada a poner la caridad al servicio del prójimo, participando
así en la misión de Jesucristo de construir su Iglesia y la nueva
humanidad que Él quiere ofrecer a su Padre. El apostolado es la expresión
de la madurez de la vida. El ministerio de la evangelización confiado a
las familias cristianas, puede recibir de las viudas un nuevo impulso (cf. Familiaris consortio,
núms. 52. 53. 54).
Nosotros desde nuestras Asociaciones queremos
apoyar y compartir la dinamización elesial de las personas viudas, en la medida de nustars posibilidades y medios.