INTRODUCCIÖN
Para llegar a encontrar la identidad de la
vida consagrada y su compatibilidad con al antropología humana, debemos
buscar lo esencial de la vida consagrada. ¿Qué es lo esencial de
la vida consagrada? ¿Cuál es aquel elemento que en caso de no
encontrarse haría que desapareciera la vida consagrada? Por esencia
entendemos: “Aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo
permanente e invariable de ellas”. O bien. “Lo más importante
y característico de una cosa”.
Los aires renovadores del Concilio Vaticano II han iluminado
distintos ámbitos de la
Iglesia. En su esfuerzo por comprender al mundo y por hacerse
comprender por el mundo los frutos se han visto en diversos campos: la
importancia de los laicos en el desarrollo de la Iglesia, la
formación y desarrollo del papel que debe desempeñar el sacerdote
en nuestros días, la adaptación de la liturgia a los tiempos
actuales. Fundamental, aunque algo accidentado, ha sido también la
renovación que la vida consagrada ha tenido en estos últimos
cuarenta años.
Junto con el desarrollo teológico de
la vida consagrada se han dado también en este tiempo grandes avances en
diversas ciencias sociales y psicológicas que han permitido comprender
más al hombre y a todos los hombres. Y siendo una línea
fundamental de la renovación el conocer y aplicar en la medida de lo
posible los logros de estas ciencias a la vida de la Iglesia, la vida religiosa
se ha visto enriquecida, y a veces, por qué no decirlo, también
amenazada por la contribución de estas ciencias.
En diversas ocasiones y más con un
afán más de sensacionalismo que de madura reflexión, se
han hecho incorporaciones de la psicología o de las ciencias sociales al
mundo de la vida religiosa, sin tomar en cuenta, no digamos ya identidad de la
vida consagrada, sino la naturaleza misma del hombre. Esto ha dado origen a
dolorosas experiencias en donde la vida consagrada diluyéndose en
interpretaciones psicologistas o sociales, ha perdido
su identidad. Lamentablemente este debate y puesta en marcha de nuevas
experiencias ha ocasionado en no pocos casos la pérdida de innumerables
vocaciones y ha dejado a muchas personas consagradas en un estado vegetativo,
sin ilusión, sin esperanza y sin vida.
Valoramos el aporte objetivo que dichas
ciencias pueden dar a una mejor comprensión del hombre y del mundo, pero
muchas veces se han introducido cambios basados meramente en elementos
psicológicos sin haberse tenido en cuenta la naturaleza misma de la
persona y la naturaleza o identidad de la vida consagrada.
Es importante reflexionar acerca de la
forma en que puede alcanzarse la identidad de la vida consagrada mediante la
naturaleza humana. Son muchos los estudios que tratan de interpretar desde el
punto de vista psicológico la vida consagrada. Y a veces se nos olvida,
o no tomamos en cuenta que primero debemos conocer quién y qué es
esta persona, para luego analizar su comportamiento.
Entender por tanto, lo que es el hombre
desde un punto de vista antropológico, no en contraposición con
la psicología, sino para fundamentar precisamente el conocimiento
psicológico del hombre.
La confusión reinante es tal en lo
que se refiere a la psicología , que resulta
conveniente primero analizar qué es el hombre. Profundizaremos en primer
lugar en la identidad de la vida consagrada.
Partimos del conocimiento de quién
es la persona consagrada, hombre o mujer que recibe una especial llamada de
Dios a una vida de íntima unión con Él. Comprender con
profundidad cuál es el pensamiento que el Magisterio de la Iglesia tiene sobre la
vida consagrada, para así tenerlo como un modelo accesible, posible y
deseable de alcanzar.
La identidad de la vida consagrada se basa
en un hombre o una mujer con características específicas, con
unas potencias. Conocerlas de forma general y particular y saber en qué
medida sirven para alcanzar el ideal propuesto en el concepto de la identidad
de la persona consagrada es muy importante para una sana y rica realidad de la vida consagrada.
Puedes encontrar más
información en nuestro Foro, indicado al final de la página.
La identidad de la vida
consagrada.
Antes del Vaticano II se hablaba siempre de
estado de perfección al referirse al estado de vida religiosa o consagrada . Por ello podemos considerar como verdaderamente
renovador el número 44 de la Lumen Gentium en donde
se perfilan los nuevos brotes de una teología de la vida consagrada que
servirán para comprender mejor su identidad: “Por los votos, o por
otros sagrados vínculos análogos a ellos a su manera, se obliga
el fiel cristiano a la práctica de los tres consejos evangélicos
antes citados, entregándose totalmente al servicio de Dios sumamente
amado, en una entrega que crea en él una especial relación con el
servicio y la gloria de Dios. Ya por el bautismo había muerto el pecado
y se había consagrado a Dios; ahora, para conseguir un fruto más
abundante de la gracia bautismal trata de liberarse, por la profesión de
los consejos evangélicos en la Iglesia, de los impedimentos que podrían
apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino,
y se consagra más íntimamente al divino servicio.
Esta consagración será tanto
más perfecta cuanto por vínculos más firmes y más
estables se represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a
su Esposa, la Iglesia. Y
como los consejos evangélicos tienen la virtud de unir con la Iglesia y con su
ministerio de una manera especial a quienes los practican, por la caridad a la
que conducen, la vida espiritual de éstos es menester que se consagre al
bien de toda la Iglesia.
De aquí nace el deber de trabajar según las
fuerzas y según la forma de la propia vocación, sea con la
oración, sea con la actividad laboriosa, por implantar o robustecer en
las almas el Reino de Cristo y dilatarlo por el ancho mundo. Por lo cual la Iglesia protege y favorece
la índole propia de los diversos institutos religiosos.”
En el curso de la historia se han dado
innumerables debates sobre la identidad de la vida consagrada hasta llegar a la
exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, en donde Juan Pablo
II, recogiendo la experiencia y los aportes que se han hecho a la vida
consagrada en los casi 40 años de camino posconciliar,
dejará establecida la identidad de la vida consagrada en la época
de la renovación.
Son varios los teólogos de la vida
consagrada, que haciendo un análisis de Vita Consecrata, descubren diversas líneas que definen la
identidad de la vida consagrada.
Nos fijaremos en las siguientes
líneas fundamentales que confluyen en la edificación de una
identidad de la vida consagrada:
·una nueva y especial llamada
al seguimiento que comporta dejar todo, seguimiento que no se le pide a todos,
sólo a algunos (VC 18ª, VC 93c)
·no surge como un desarrollo natural del
bautismo, sino que requiere una nueva y especial consagración, conferida
por un nuevo y especial don del Espíritu, que sigue a la respuesta de la
nueva y especial llamada, arriba mencionada (VC 30).
·esta nueva forma de consagración
permite reproducir en la medida de lo posible, la forma de vida de Cristo
virgen, pobre y obediente (VC 30).
·si los consejos evangélicos son para
todos, no son para todos aquellos consejos que se profesan en la vida
consagrada (VC 30).
·la vida consagrada tiene su origen en la
persona de Cristo, por el hecho que Él se ha presentado e mundo en una
forma de vida muy peculiar, a la cual ha asociado también a su Madre (VC
18).
·la vida consagrada deriva del hecho que
representa en forma más cercana aquél tipo de vida que
después de la venida de Cristo, viene considerada como la forma divina
de vivir la vida humana o la forma humana que se acerca más a la forma
de vida divina (VC 32)
·la vida consagrada es una estructura de la Iglesia y no simplemente
está en la Iglesia
(VC 29)
·si de una parte la vida consagrada encuentra
su identidad sólida en referencia al Cristo trinitario, es
también importante tomar en consideración la necesidad a una
fidelidad creativa al Fundador, para que sea significativa en nuestro tiempo
(VC 37).
Otros
autores señalan las siguientes líneas que identifican a la vida
consagrada:
·vida de creyente en Cristo (VC
29)
· vida cristiana peculiar y positiva (VC 31 y 32)
·vida de especial configuración con
Cristo (VC 22)
·vida de especial comunión de amor con
el Padre (VC 17)
·vida de especial comunión de amor con
el Espíritu santo (VC 16)
·vida de especial seguimiento de Cristo, a ala
manera de los Apóstoles (VC 72, 93)
·vida de especial configuración con la Virgen María
(VC 28)
·vida de profesión de los consejos
evangélicos (VC 1, 22, 29)
·vida de especial vocación (VC 15, 64,
100)
·vida de nueva y especial consagración
(VC 30, 31, 77)
·vida de especial perfección (VC 1, 21,
104)
· vida de especial radicalismo evangélico (VC 18, 80)
·vida con una peculiar espiritualidad (VC 40,
50, 93)
·vida de una especial misión (VC 25,
72)
·vida de un apropiado programa de
oración (VC 29, 38, 77)
·vida de especial testimonio profético
(VC 15, 84)
·vida de especial valor carismático (VC
29)
·vida de especial fidelidad (VC 17, 36, 37,
49, 52, 70, 93, 110)
·vida abierta a los valores de las diversas
culturas (VC 2, 47, 67, 79, 80)
·vida de peculiar comunión eclesial (VC
2, 7, 8, 32)
·vida de una especial y específica
formación (VC 63 – 71)
Todas estas líneas ayudan a
comprender con mayor exactitud la identidad de la vida consagrada. Siendo
nuestro propósito el arribar no tanto a una definición de la vida
consagrada, sino el plasmar una imagen de la persona consagrada con el fin de
fijar los parámetros que nos permitan tener acceso a esta imagen
–imagen real, no en sentido figurado-, debemos ir a lo esencial de esta
identidad, descrita por la exhortación Vita Consecrata y comentada por estos autores.
En ayuda de este objetivo analizaremos la
definición que da el derecho Canónico sobre la vida consagrada.
Si bien pudiera parecer una aberración o una reducción el hecho
de ir a buscar lo esencial en una definición canónica, pienso que
muy por el contrario, nos da la seguridad de saber cuál es el
pensamiento de la Iglesia
sobre la vida religiosa y así fijar mejor la identidad de la vida
consagrada. Debemos tener presente que el Código de Derecho
Canónico, publicado por Juan Pablo II el 25 de enero de 1983, recoge la
experiencia de casi 20 años de camino posconciliar.
Por lo tanto, el Código ha asumido los cambios propuestos por el
Concilio, se ha enriquecido con las aportaciones del período vivido y ha
contemplado los excesos y desviaciones. Lo cual le da una enorme capacidad de
discernimiento sobre el recto modo de juzgar los esfuerzos que han tenido
diversas órdenes religiosas con respecto a la renovación.
Dice
el Código en el número 573:
§ 1.La vida consagrada
por la profesión de los consejos evangélicos es una forma estable
de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la
acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su
amor supremo, para que entregados por un nuevo y peculiar título a su
gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo,
consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y,
convertidos en signo preclaro en la
Iglesia, preanuncien la gloria celestial.
§ 2.Adoptan con libertad esta forma de vida en institutos de vida
consagrada canónicamente erigidos por la autoridad competente de la Iglesia aquellos fieles
que, mediante votos u otros vínculos sagrados, según las leyes
propias de los institutos, profesan los consejos evangélicos de
castidad, pobreza y obediencia, y, por la caridad a la que éstos
conducen, se unen de modo especial a la Iglesia y a su misterio.
El Derecho canónico nos da la
respuesta a lo esencial de la vida consagrada. Habla el CDC de un seguimiento,
de un especial seguimiento a Cristo. Así lo consigna Vita
Consecrata en el número 18: “El Hijo,
camino que conduce al Padre (Cf. Jn 14, 6), llama a
todos los que el Padre le ha dado (Cf. Jn 17, 9) a un
seguimiento que orienta su existencia. Pero a algunos —precisamente las
personas consagradas— pide un compromiso total, que comporta el abandono
de todas las cosas (Cf. Mt 19, 27) para vivir en
intimidad con Él (30) y seguirlo adonde vaya (Cf. Ap
14, 4).” Sin esta llamada de Cristo a seguirlo más de cerca,
parecería que no existiera la vida consagrada. Sin esta llamada, no
tendría caso recibir una nueva consagración como un nuevo y
especial don del Espíritu santo. Esta nueva consagración se da
con el fin de que la mujer consagrada reciba las gracias necesarias para
responder a la llamada. Esta llamada es una invitación a vivir una vida
de especial consagración en pobreza castidad y obediencia. Sin la
llamada no tendría caso que la mujer consagrada eligiera vivir de acuerdo
a los votos antes mencionados. Las restantes líneas que definen la vida
consagrada vienen a coadyuvar para que la llamada de Cristo pueda ser
respondida con mayor viveza. Muchas de estas líneas responden
perfectamente al aggiornamento pedido por el Concilio.
La esencia por tanto de la vida consagrada
es la llamada de Cristo y la respuesta que el hombre o la mujer deben dar a
esta llamada. Una llamada que implica tres elementos: el abandono de todas las
cosas, el vivir en intimidad con Él y el seguirlo a dónde
Él vaya. Y una respuesta que se identifica con la imitación de
Cristo en la vida que Él escogió para sí mismo en pobreza,
virginidad y obediencia .
Ahora que hemos fijado la identidad de la
vida consagrada, conviene que nos preguntemos quién es el hombre al que
dirige Cristo esta llamada y cómo puede este hombre, desde lo que es,
-en su antropología- responder a esta llamada, es decir, los recursos
antropológicos con los que cuenta para seguir la llamada de Cristo.
¿Es compatible la llamada a seguir a Cristo
y la antropología humana?.
La llamada de Cristo a seguirlo más
de cerca en un modo de vida peculiar, a la manera de los apóstoles, no
hace diferente a este hombre del resto de los mortales. La especial
consagración que recibe pro la profesión de los votos de pobreza,
castidad y obediencia, tampoco añade o quita nada a la
constitución específica de este hombre. Deberemos plantearnos por
tanto la cuestión de conocer quién es este hombre. Con Martin Heidegger podríamos
decir. “Ninguna época ha tenido como la actual nociones tan
numerosas y variadas del hombre. Ninguna época ha logrado como la
nuestra presentar su saber en torno al hombre en modo eficaz y fascinante, al
mismo tiempo que en una forma veloz y de fácil acceso. También es
cierto sin embargo, que ninguna otra época ha sabido menos que la
nuestra qué cosa es el hombre. Jamás el hombre ha asumido un
aspecto tan problemático como en nuestros días.” Y no
podemos también de embelesarnos al leer el salmo 8:
“¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, el
hijo de Adán para que de él te cuides? Apenas inferior a un dios
le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste
señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies:
ovejas y bueyes, todos juntos, y aún las bestias del campo, y las aves
del cielo y los peces del mar, que surcan las sendas de las aguas. ¡Oh Yahveh, Señor nuestro,
qué glorioso tu nombre por toda la tierra!” (Ps.
8, 5 – 10).
Este hombre, misterio cerrado es un ser
complejo, formado no sólo de elementos diversos, sino muchas veces
contrapuestos entre ellos mismos. Carne y espíritu, materia y alma que
la hacen un verdadero enigma. Corremos el peligro al tratar de definir al
hombre, de caer en un reduccionismo, dejando fuera
elementos constitutivos esenciales. Sin embargos debemos aventurarnos a dar los
elementos constitutivos más importantes, aquellos que constituyen la
esencia del hombre.
La filosofía ha siempre visto como
característica esencial del hombre su interioridad, que es la capacidad
de recogerse en sí mismo, de ensimismarse , ha
diferencia de los animales que viven fuera de ellos mismos, pues no tienen un
lugar interno en dónde refugiarse, en donde puedan vivir. Esta
característica de la interioridad permite al hombre conocerse a
sí mismo y conocer todas las cosas que están fuera de él
mismo. Conoce porque tiene la capacidad de interiorizarse. Por tanto, una
primera potencia del hombre, que nos servirá en nuestro estudio, es la
capacidad de conocer: puede conocerse a sí mismo y puede conocer todas
las cosas en su esencia espiritual.
Pero no todo en el hombre es espiritual, no
todo en el hombre es conocimiento. El hombre es también un ser material,
un cuerpo con el que se relaciona consigo mismo, con sus semejantes y con el
ambiente. Y aquí se dan unas de las manifestaciones más
importantes y características del hombre: puede sentir. Calor,
frío. Amor y odio. Amistad y venganza. De un extremo a otro, de las
pasiones a los sentimientos, el hombre es un ser que siente. Por ello
encontramos en el hombre una cualidad que es la afectividad y cuyo fruto
principal son los sentimientos y las emociones. “Son los sentimientos y
las emociones, que acompañan los actos del conocimiento y las
tendencias, que hacen vibrar todo nuestro ser.”
Sin embargo, para complicar más a
este hombre, de por si ya complicado, observamos que no está a la merced
de sus sentimientos y de sus pasiones. Tiene la capacidad de estar por encima
de ellas. Puede pasarse la vida amando, sublimando los sentimientos y las emociones
de odio y venganza. O puede vivir siempre odiando, reprimiendo sus sentimientos
de donación hacia los demás.
¿Qué capacidad le permite
dirigir sus sentimientos, estar más allá del nivel de los
instintos? Es la potencia volitiva, la potencia de la voluntad, el querer
humano. El hombre conoce las cosas, las siente, pero las puede querer o
rechazar por esta capacidad volitiva.
No podemos olvidar que la potencia del
conocimiento y la potencia volitiva pertenecen al mundo espiritual del hombre,
mientras que la afectividad se da en su aspecto material.
Con estas tres cualidades, el conocimiento,
la voluntad y la afectividad, el hombre se constituye a sí mismo como un
ser único, diferente de todos los otros seres de la creación. Es
precisamente este ser el que queremos analizar. Es este ser y no otro, el que
recibe el llamado de Cristo a seguirlo en una vida de intimidad con Él y
lo invita a dejar todo para vivir, a la manera de los apóstoles, una
vida de pobreza, castidad y virginidad. ¿Cuál será el
servicio que le prestarán dichas potencias al hombre en la respuesta que
debe dar a la llamada de Cristo?
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