LA CONSAGRACIÓN DE VIUDAS DENTRO DE LAS FORMAS DE VIDA CONSAGRADA EN MEDIO DEL MUNDO.
La consagración en la
historia de la Iglesia . 1. INTRODUCCIÓN: A lo largo de los siglos nunca han
faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del
Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este
camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse
a El con corazón «indiviso» (cf. 1Co 7, 34). También
ellos, como los Apóstoles, han dejado todo para estar
con El y ponerse, como El, al servicio de Dios y de los
hermanos. De este modo han contribuido a manifestar el
misterio y la misión de la Iglesia con los múltiples
carismas de vida espiritual y apostólica que les
distribuía el Espíritu Santo, y por ello han cooperado
también a renovar la sociedad. Acción de gracias por la vida
consagrada 2. El papel de la vida consagrada
en la Iglesia es tan importante que decidí convocar un
Sínodo para profundizar en su significado y
perspectivas, en vista del ya inminente nuevo milenio.
Quise que en la Asamblea sinodal estuvieran también
presentes, junto a los Padres, numerosos consagrados y
consagradas, para que no faltase su aportación a la
reflexión común. Todos somos conscientes de la
riqueza que para la comunidad eclesial constituye el don
de la vida consagrada en la variedad de sus carismas y de
sus instituciones. Juntos damos gracias a Dios por las
Ordenes e Institutos religiosos dedicados a la
contemplación o a las obras de apostolado, por las
Sociedades de vida apostólica, por los Institutos
seculares y por otros grupos de consagrados, como
también por todos aquellos que, en el secreto de su
corazón, se entregan a Dios con una especial
consagración. El Sínodo ha podido comprobar la
difusión universal de la vida consagrada, presente en
las Iglesias de todas las partes de la tierra. La vida
consagrada anima y acompaña el desarrollo de la
evangelización en las diversas regiones del mundo, donde
no sólo se acogen con gratitud los Institutos
procedentes del exterior, sino que se constituyen otros
nuevos, con gran variedad de formas y de expresiones. De este modo, si en algunas
regiones de la tierra los Institutos de vida consagrada
parece que atraviesan un momento de dificultad, en otras
prosperan con sorprendente vigor, mostrando que la
opción de total entrega a Dios en Cristo no es
incompatible con la cultura y la historia de cada pueblo.
Además, no florece solamente dentro de la Iglesia
católica; en realidad, se encuentra particularmente viva
en el monacato de las Iglesias ortodoxas, como rasgo
esencial de su fisonomía, y está naciendo o resurgiendo
en las Iglesias y Comunidades eclesiales nacidas de la
Reforma, como signo de una gracia común de los
discípulos de Cristo. De esta constatación deriva un
impulso al ecumenismo que alimenta el deseo de una
comunión siempre más plena entre los cristianos, «para
que el mundo crea» (Jn 17, 21). La vida consagrada es un don a la
Iglesia 3. La presencia universal de la
vida consagrada y el carácter evangélico de su
testimonio muestran con toda evidencia -si es que fuera
necesario- que no es una realidad aislada y marginal,
sino que abarca a toda la Iglesia. Los Obispos en el
Sínodo lo han confirmado muchas veces: «de re nostra
agitur», «es algo que nos afecta». (1) En realidad, la
vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia
como elemento decisivo para su misión, ya que «indica
la naturaleza íntima de la vocación cristiana» (2) y
la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión
con el único Esposo. (3) En el Sínodo se ha afirmado en
varias ocasiones que la vida consagrada no sólo ha
desempeñado en el pasado un papel de ayuda y apoyo a la
Iglesia, sino que es un don precioso y necesario también
para el presente y el futuro del Pueblo de Dios, porque
pertenece íntimamente a su vida, a su santidad y a su
misión. (4) Las dificultades actuales, que no
pocos Institutos encuentran en algunas regiones del
mundo, no deben inducir a suscitar dudas sobre el hecho
de que la profesión de los consejos evangélicos sea
parte integrante de la vida de la Iglesia, a la que
aporta un precioso impulso hacia una mayor coherencia
evangélica. (5) Podrá haber históricamente una
ulterior variedad de formas, pero no cambiará la
sustancia de una opción que se manifiesta en el
radicalismo del don de sí mismo por amor al Señor
Jesús y, en El, a cada miembro de la familia humana. Con
esta certeza, que ha animado a innumerables personas a lo
largo de los siglos, el pueblo cristiano continúa
contando, consciente de que podrá obtener de la
aportación de estas almas generosas un apoyo
valiosísimo en su camino hacia la patria del cielo. Cosechando los frutos del Sínodo 4. Adhiriéndome al deseo
manifestado por la Asamblea general ordinaria del Sínodo
de los Obispos reunida para reflexionar sobre el tema
«La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el
mundo», quiero presentar en esta Exhortación
apostólica los frutos del itinerario sinodal (6) y
mostrar a todos los fieles -Obispos, presbíteros,
diáconos, personas consagradas y laicos-, así como a
cuantos se pongan a la escucha, las maravillas que el
Señor quiere realizar también hoy por medio de la vida
consagrada. Este Sínodo, que sigue a los
dedicados a los laicos y a los presbíteros, completa el
análisis de las peculiaridades que caracterizan los
estados de vida queridos por el Señor Jesús para su
Iglesia. En efecto, si en el Concilio Vaticano II se
señaló la gran realidad de la comunión eclesial, en la
cual convergen todos los dones para la edificación del
Cuerpo de Cristo y para la misión de la Iglesia en el
mundo, en estos últimos años se ha advertido la
necesidad de explicitar mejor la identidad de los
diversos estados de vida, su vocación y su misión
específica en la Iglesia. La comunión en la Iglesia no es
pues uniformidad, sino don del Espíritu que pasa
también a través de la variedad de los carismas y de
los estados de vida. Estos serán tanto más útiles a la
Iglesia y a su misión, cuanto mayor sea el respeto de su
identidad. En efecto, todo don del Espíritu es concedido
con objeto de que fructifique para el Señor (7) en el
crecimiento de la fraternidad y de la misión. La obra del Espíritu en las
diversas formas de vida consagrada 5. ¿Cómo no recordar con gratitud
al Espíritu la multitud de formas históricas de vida
consagrada, suscitadas por El y todavía presentes en el
ámbito eclesial? Estas aparecen como una planta llena de
ramas (8) que hunde sus raíces en el Evangelio y da
frutos copiosos en cada época de la Iglesia. ¡Qué
extraordinaria riqueza! Yo mismo, al final del Sínodo,
he sentido la necesidad de señalar este elemento
constante en la historia de la Iglesia: los numerosos
fundadores y fundadoras, santos y santas, que han optado
por Cristo en la radicalidad evangélica y en el servicio
fraterno, especialmente de los pobres y abandonados. (9)
Precisamente este servicio evidencia con claridad cómo
la vida consagrada manifiesta el carácter unitario del
mandamiento del amor, en el vínculo inseparable entre
amor a Dios y amor al prójimo. El Sínodo ha recordado esta obra
incesante del Espíritu Santo, que a lo largo de los
siglos difunde las riquezas de la práctica de los
consejos evangélicos a través de múltiples carismas, y
que también por esta vía hace presente de modo perenne
en la Iglesia y en el mundo, en el tiempo y en el
espacio, el misterio de Cristo. .......... El Orden de las vírgenes, los
eremitas, las viudas 7. Es motivo de alegría y
esperanza ver cómo hoy vuelve a florecer el antiguo
Orden de las vírgenes, testimoniado en las comunidades
cristianas desde los tiempos apostólicos. (13)
Consagradas por el Obispo diocesano, asumen un vínculo
especial con la Iglesia, a cuyo servicio se dedican, aun
permaneciendo en el mundo. Solas o asociadas, constituyen
una especial imagen escatológica de la Esposa celeste y
de la vida futura, cuando finalmente la Iglesia viva en
plenitud el amor de Cristo esposo. Los eremitas y las eremitas,
pertenecientes a Ordenes antiguas o a Institutos nuevos,
o incluso dependientes directamente del Obispo, con la
separación interior y exterior del mundo testimonian el
carácter provisorio del tiempo presente, con el ayuno y
la penitencia atestiguan que no sólo de pan vive el
hombre, sino de la Palabra de Dios (cf. Mt 4, 4). Esta
vida «en el desierto» es una invitación para los
demás y para la misma comunidad eclesial a no perder de
vista la suprema vocación, que es la de estar siempre
con el Señor. Hoy vuelve a practicarse también
la consagración de las viudas, (14) que se remonta a los
tiempos apostólicos (cf. 1Tim 5, 5.9-10; 1Co 7, 8), así
como la de los viudos. Estas personas, mediante el voto
de castidad perpetua como signo del Reino de Dios,
consagran su condición para dedicarse a la oración y al
servicio de la Iglesia. |